¡Que calor! Este verano se me está haciendo más largo de lo habitual. A mi me sienta mejor el calor que el frío, pero cuando llegamos a estas temperaturas dejo de ser persona, supongo que como el resto de los mortales. Lo único que me apetece hacer es nada de nada y eso que tengo unos cuantos proyectos en mente: cajas de vino que pintar para ser reconvertidas en estantes para el baño, decorar una pizarra antigua que va a indicar donde esta el cuarto de la lavadora (algunos de la tropa tienen dificultades para encontrarlo últimamente), quiero pintar unas botellas con chalk paint, aunque como no se dónde ponerlas de momento las tengo en el almacén y ando dándole vueltas a que hacer con un póster de un concierto de Hombres G que me trajeron mis niñas hace unos días pensando que me gustaría. Me gusta, pero no tengo dónde ponerlo, así que tengo que inventar algo para tenerlo a la vista sin que quede como un pegote.
Ya veis, una lista muy larga y pocas ganas de trabajar. Por eso esta tarde he pensado que como hace días que no escribía puedo hacerlo un ratito, que además no hay que mover nada más que las manos. Y como no tengo ningún DIY que mostrar, os voy a enseñar otra de las que considero "mis joyas" y de las que creo que jamás me desprenderé: Mi ventana antigua que el Jefe recuperó de una casa en ruinas y que yo restauré. Eso fue hace unos nueve años y no tengo fotos de antes ni después. Durante unos años la tuve en nuestra antigua casa de playa, simplemente colgada en la pared. Pero hace unos cuatro años la traje a casa y le dí el toque que siempre había tenido en mente para ella. Bueno, realmente se lo dio el Jefe, no le voy a quitar méritos: yo ideo y el ejecuta, ya os lo dije. Yo quería que la ventana fuese verdaderamente especial y decidí colocar en ella fotos familiares. Para hacerlo el Jefe le puso a modo de cristal una rejilla de gallinero y colgué de ella las fotos con esas mini pinzas tan cucas que venden en comercios de manualidades. Las fotos que hay son muy especiales para mí. Nunca os lo he contado, pero durante cuatro años la tropa y yo vivimos en una región de Rusia llamada Kaliningrad, a orillas del Báltico. Seguramente a partir de ahora os resulte un poco más rara de lo que ya os podía parecer pero es que ya sabéis que no somos una familia al uso. El motivo de este tiempo que pasamos allí fue el marchar como misioneros(toda la familia) y vivir allí donde el catolicismo es una minoría, donde pocos conocen a Dios y muchos al sufrimiento. Para todos fueron unos años de recuerdos muy especiales que se han grabado en nuestros corazones y dudo que nada los pueda borrar ya que, además de conocer otras culturas, hacer grandes amigos o ampliar horizontes en nuestra mente, para nosotros, una familia católica practicante que quiere mantener viva su fe y que no se quede en la misa dominical sino que intentamos vivir cada acontecimiento de nuestras vidas a la luz de esta y apoyados en Dios, dedicar cuatro años de nuestra vida a Él creo que ha sido la experiencia más importante y fuerte que hayamos podido tener nunca. Pero esto es otra historia...
Como decía, las fotos que llenan mi ventana son de esos años y mi intención es, salvo que se estropeen, que sigan estando ahí siempre. No son fotos espectaculares, lo único especial que ve cualquiera que entra es que las revelé en sepia, pero para mis visitantes son sólo fotos de familia. Para mí son cachitos de unos años maravillosos que nunca olvidaré. Realmente no es necesario que estén ahí, todas esas imágenes y muchas mas están guardadas en mi corazón, pero a mi me gusta tenerlas ahí, en el sitio donde paso la mayoría del tiempo. Mi ventana está en el office de mi cocina, a sus pies está nuestra mesa con sus diez sillas (las que faltan las ponemos a la hora de comer, pero es que no cabe una más grande). La veo cuando cocino, cuando comemos, cuando paso tardes con la costura, mientras vigilo a los peques cuando hacen las tareas del cole durante el curso... La veo muchas, muchas veces y no me canso de verla ni de mirar esas fotos. Ya os he dicho que para mí es una joya. Hace un par de años María, mi hija mayor, me regaló unos corazones de mimbre blancos que puse en las contraventanas y que le dan el aire rustico chic que tanto me gusta.
Ahí está, mi ventana al pasado, un pedazo de mi corazón que ahora conocéis, pero es que me parece tan bonita que, aunque normalmente prefiero no ahondar en mi intimidad, mi ventana si merece contar su historia aunque ello conlleve contar parte de la mía también.
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